Mientras esperaba el retorno de las grandes campanas, surgió en mí incidentalmente un odio, hasta aquel entonces, no percibido, hacia los animales, no tanto los pájaros, sino aquellos de cuatro o más patas. Los pájaros por lo menos, parecían trazar por el aire con sus alas nuevos cables invisibles. Pero desprecio a todos esos bichos en el suelo porque ostensiblemente no piensan para nada en cualquier idea sobre la resurreción. Únicamente estaban por ahí, se arrastraban, hormigueaban, correteaban, avanzaban torpemente, acechaban y dormitaban. Casi comprendí la crueldad d los niños que matan gatos y les arrancan las patas a las arañas zancudas.
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