Almorzaron en un mexicano llamado La Basura es Dios. Chevette no lo recordaba, pero estos sitios cambiaban de nombre en el puente. También cambiaban de tamaño y de forma. Te encontrabas con extrañas fusiones, una peluquería y una ostrería que decidían convertirse en un establecimiento más grande en el que cortaban el pelo y vendían ostras. Algunas veces funcionaba: uno de los lugares que más tiempo llevaban abiertos en el extremo que daba a San Francisco era un anticuado salón de tatuajes manuales en el que te servían el desayuno. Podías sentarte allí frente a tu plato de huevos y beicon y ver cómo alguien era agujereado con una especie de foco de mano. Pero La Basura es Dios era sólo comida mexicana y música japonesa, una propuesta bastante normal.
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