lunes, agosto 24, 2009

Mercadillo


Hay muchas cosas que me encantan, entre ellas:

· Comer con las manos.
· Ver el fútbol con mi padre y criticarlo todo, desde el árbitro, el planteamiento técnico del entrenador o los propios jugadores. Aunque el Sevilla F.C., equipo de mis amores haya quedado el año pasado 3º en la liga, el promedio de comentarios chungos excedía el 60%.
· Jugar al Street Fighter con mi hermano. Aunque las palizas que sufro son inmensas. Ya puedo conocer las técnicas más devastadoras desde que jugaba a los 11 años, hasta el Raging Demon de Akuma, que me cuesta la misma vida acabar con la barra de energía de Blanka cuando lo controla mi hermano. Creo que hasta a los propios programadores les resultaría difícil batir a la bestia brasileña en manos de un rival tan despiadado y falto de misericordia.
· Ir de mercadillos.

Voy a explicar la última de estos ejemplos de aficiones con el relato de mi último viaje al Mercadillo del Charco de la Pava el pasado domingo 23 de agosto. Mi afición es tan grande que ese domingo me levanté a las 8 y media de la mañana a pesar de haberme acostado a las 3 de la noche. Gran parte de mi librería ha sido comprada en las sábanas que se ponen en el suelo de este mercadillo con grandes gangas como libros de Ambrose Bierce a 50 centavos de euro. Aunque no sólo compro libros, sino aquello que me guste. En este mercadillo se puede comprar de todo, desde muebles a la pieza de chatarra más ínfima que puedas imaginar, pasando por llaveros, barajas de póker de la Expo 92 o vinilos de grupos que no pincharían ni como tortura en campos de concentración.

En libros me agencié un ejemplar de "Generación X" de Douglas Coupland, en edición normal de Círculo de Lectores, con una cubierta llena de equis ocupando todo el espacio, estilo M.C. Escher, por un eurito. El mismo precio al que lo compré una edición de bolsillo del mismo libro el verano de 2003 en una mesa de gangas de la librería Maymen. Vale, he comprado un libro 2 veces, pero me parece una pena verlo a ese precio y dejarlo ahí en el suelo al lado de cientos de películas porno, la otra mercancía del vendedor ambulante. Eso hace que hubiera una anécdota al respecto porque mientras el vendedor me acercaba el libro, su compañero le estaba hablando y sin querer le pisó algunos libros y éste soltó: "¡No me pises los libros, que son cultura, písame las pornos!". También por el mismo precio adquirí una primera edición de 1991 de "American Psycho" de Bret Easton Ellis, que sí, que también lo he leído y lo poseo, y que ya he comprado con esta 2 veces al precio de 1 euro y lo acabo regalando. Pero me pasa con muchos libros, no puedo permitir no comprarlo por un euro. Este libro es junto con "Los versos satánicos" de Salman Rushdie el libro que más veces he comprado.
También me hice con un cómic de Hellblazer, un Annual de 1989 dibujado por Bryan Talbot con guión de Jamie Delano en una edición de cuando la editorial Zinco editaba a DC Cómics.

Pero mi mayor descubrimiento fue ver el juego para PS2 "We Love Katamari", secuela de Katamari Damacy en la que nos ponemos en el papel de algo así como un escarabajo pelotero que tiene que pegar cosas a una bola. Un juego sencillo como el mecanismo de un botijo pero igualmente adictivo. Un juego que ha despertado pasiones, con una estética naive y pop japonesa, con una música descacharrante y un humor bizarro. Yo estoy deseando enchufar la consola y empezar a rodar.














Cositas que me gustan:


"There is one thing that I would die for
It's the music, my life is in your hands "

3 comentarios:

  1. "No me pises los libros, que son cultura, pisame las porno"
    Creo que en mi vida he leido un comentario tan genial :) ¡Que bueno!

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  2. Ese comentario fue el motor para que escribiera esta entrada del blog.

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  3. Jajaja, es que lejos de lo que uno pueda pensar acerca de las personas que suelen vender cachibaches en los mercadillos, los hay que son verdaderos amantes de la cultura.
    Vete tú a saber si, pudiendo haberse convertido en personas de éxito, la vida acabó conduciéndolos por tristes derroteros, hasta acabar en el Charco de la Pava vendiendo las cosas más inverosímeles, sacadas incluso a veces de la misma basura.

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