jueves, octubre 18, 2012

Las catedrales laicas

En los años noventa, la estadounidense Fundación Guggenheim eligió la ciudad de Bilbao como sede europea para albergar un nuevo museo en el que exponer su colección de arte moderno.

En el año 1997 se inauguró por fin el nuevo edificio, obra del afamado arquitecto Frank O. Gehry, cuyo arriesgado diseño rompía la estética industrial predominante de la urbe con una insolencia casi insultante. Este hecho junto con los altos costes de construcción, a cargo del gobierno vasco, generaron una gran polémica.

El proyecto, sin embargo, demostró ser increíblemente beneficioso. No sólo dinamizó un barrio industrial en declive, sino que proyectó a escala mundial la imagen de una Bilbao moderna, atrajo turistas, alimentó la autoestima de los bilbaínos y lideró una transformación total de la ciudad.

El fenómeno acabaría dando nombre a una nueva práctica. Relanzar una ciudad a golpe de arquitecto estrella hoy se conoce mundialmente como: Efecto Guggenheim.

Y claro, en el país del culo-veo-culo-deseísmo, no tardaron en aparecer...

... una loncha de queso sin programa definido y actualmente casi en desuso, en el Fórum de Barcelona (324 millones de euros)...

... una nave espacial para albergar ópera, en Valencia (presupuesto inicial de 84 millones, coste final de 300 millones de euros)...

... un chirimbolo decorativo en Madrid (14,5 millones de euros)

... o unas setas gigantescas que dan sombra, en Sevilla (123 millones de euros)

Cada vez que un político pronuncia la frase "poner en el mapa", Calatrava viola un gatito.

Y así gracias al paletismo con ínfulas cosmopolitas de nuestros gobernantes, nació una época dorada para un selecto grupo de arquitectos estrella, que se apropiaron de la mayoría de estos proyectos faraónicos.

Lo que pocos saben es que para que estos arquitectos mediáticos pudieran presentarse a decenas de concursos públicos y desarrollar tantos proyectos a la vez en distintas ciudades del mundo fue necesaria la explotación a gran escala de cantidad de estudiantes de arquitectura en prácticas, que echaban horas y más horas en sus despachos a cambio de poder añadir a su currículo el nombre de un arquitecto estrella.

Recuerdo cómo en aquella época, cuando estudiaba en la facultad, los profesores insistían en inculcarnos el interés por una arquitectura honesta y funcional.

Una arquitectura que, sin renunciar a la modernidad, debía ponerse al servicio de los futuros habitantes y usuarios de cada nuevo edificio. Una arquitectura en la que la forma debía ser el resultado de su programa y de sus requerimientos de uso. Nunca al revés.

Desgraciadamente esta mentalidad brillaba por su ausencia en la arquitectura de primera fila, que se puso al servicio del espectáculo, haciendo uso de un lenguaje formal barroco y pomposo, enfocado a hinchar el ego de los dirigentes públicos y a provocar el asombro de los ignorantes, y que dio como resultado edificios pretenciosos, caros de construir y más caros de mantener, que en muchos casos ni siquiera tenían una utilidad definida.

Algo así como coger una vieja burra asmática y gastarte una pasta en adornarla. Continuará siendo una vieja burra asmática.

Aleix Saló - Simiocracia


Coplillas que me gustan:

"And if you watch out for me
I swear I'll watch out for you"

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Expulsa tu comentario aquí: